La Inteligencia Emocional en la salud

Es innegable, tanto desde la antigua intuición de los fundadores de la medicina, como desde las innumerables estadísticas de los últimos años, la influencia que tienen las emociones en la salud humana.

Las emociones positivas previenen enfermedades, o una vez que éstas se han manifestado, contribuyen a su curación, y las emociones negativas ayudan a contraer enfermedades.

Los datos clínicos a nivel mundial confirman los beneficios médicos de los sentimientos positivos y el poder curativo del apoyo emocional proporcionado por las personas que rodean a un paciente, desde los familiares más íntimos hasta los profesionales que trabajan en el área de la salud y tienen contacto con él.

El descuido por la realidad emocional de la enfermedad deja de lado un conjunto creciente de pruebas que demuestran que los estados emocionales de las personas pueden jugar a veces un papel significativo en su vulnerabilidad ante la enfermedad y en el curso de su recuperación, pero los cuidados médicos modernos a menudo carecen de inteligencia emocional.

Para el paciente, cualquier encuentro con una enfermera o un médico puede ser la oportunidad para obtener información, consuelo y tranquilidad; y, si no se maneja adecuadamente, una invitación a la desesperación. Pero con demasiada frecuencia, quienes se ocupan de los cuidados médicos actúan con precipitación o son indiferentes a la aflicción del paciente.

Por supuesto, existen enfermeras y médicos compasivos que se ocupan de tranquilizar e informar, además de administrar medicamentos. Pero también existe una tendencia a un universo profesional en el que los imperativos institucionales pueden hacer que el personal médico pase por alto la vulnerabilidad del paciente, o se sienta demasiado presionado para hacer algo por él. Una intervención emocional debería ser una parte corriente de la atención médica de todas las enfermedades graves.

Si los descubrimientos sobre emociones y salud significan algo, es que el cuidado médico que pasa por alto lo que la gente siente mientras lucha con una enfermedad grave o crónica ya no es adecuado. Ha llegado el momento de que la medicina saque un provecho más metódico de la relación que existe entre emoción y salud.

Lo que ahora es la excepción podría -y debería- formar parte de la corriente principal, de modo tal que todos tuviéramos acceso a una medicina más cuidadosa. Al menos eso convertiría a la medicina en algo más humano. Y para algunos podría acelerar el ritmo de la recuperación. ‘La compasión’, como le dijo un paciente a su cirujano en una carta abierta, ‘no sólo consiste en tomar a alguien de la mano. También es una buena medicina’.

(Carta abierta a un cirujano: A. Stanley Kramer, ‘A Prescription for Healing’, NEWSWEEK, junio de 1993).

Tal vez el testimonio más revelador de la capacidad curativa de los vínculos emocionales es un estudio sueco publicado en 1993. Todos los hombres que vivían en la ciudad sueca de Göteborg y que habían nacido en 1933 fueron sometidos a un examen médico gratuito; siete años más tarde, los 752 hombres que se habían presentado al examen fueron convocados nuevamente. De éstos, 41 habían muerto en los años transcurridos.

Los hombres que originalmente habían informado que se encontraban sometidos a una intensa tensión emocional tenían un índice de mortalidad tres veces mayor que aquellos que decían que su vida era serena y plácida. La aflicción emocional se debía a acontecimientos tales como un grave problema financiero, sentirse inseguro en el trabajo o quedar despedido del empleo, ser objeto de una acción legal o divorciarse. Haber tenido tres o más de estos problemas en el curso del año anterior al examen fue un pronosticador más claro de muerte dentro de los siete años siguientes de lo que fueron indicadores médicos tales como la elevada presión sanguínea, las altas concentraciones de triglicéridos en la sangre, o los niveles elevados de serum colesterol.

Sin embargo, entre los hombres que dijeron que tenían una red confiable de intimidad -una esposa, amigos íntimos, etc.- no existía ningún tipo de relación entre los niveles elevados de estrés y el índice de mortalidad. Tener a quién recurrir y con quién hablar, alguien que podía ofrecer consuelo, ayuda y sugerencias, los protegía del mortal impacto de los rigores y los traumas de la vida.

En ese sentido, y refiriéndose a los mecanismos de respuesta conductuales, los Dres. Bonet y Luchina, señalan: ‘Pensamos que la respuesta de un individuo no se da en el vacío. Está organizada en función de la situación dada, del contexto social, cultural, psicológico y biológico del individuo. En la respuesta están involucradas las características del estímulo, la codificación simbólica y cognitiva que determina las emociones del individuo, sus posibilidades fácticas y sociales (soportes, etc.) y el estado de funcionamiento de sus órganos y sistemas’.

(Dres. José Bonet y Carlos Luchina, EL ESTRÉS, EL ‘SÍNDROME X’ Y LA ENFERMEDAD CARDIOVASCULAR, en  PSICONEUROINMUNOENDOCRINOLOGÍA, Edit. Biblos, 1998)